viernes, marzo 28

Pulir - Encerar y viceversa y bises

Lo mejor de que empiece a hacer frío es que por fin vamos a liberarnos de tanta cucaracha hurgando entre las cosas.

Ayer en el 152, camino a mi sesión de medicina china: una bananita dolca de las que nos compramos con Jota en Farmacity (Oferta: 5 x $3,50) que a mi gusto estaba añejada (solución: pastillas con gusto a Mojito).

La mujer (que no es china, pero ejerce esta medicina) me miró el pie izquierdo, intentó arrancarme el dedo gordo como cuatro veces, y terminó pegándome en las articulaciones con un martillo de madera. Yo me agarré fuerte de la silla y me mordí el labio porque verdaderamente dolía, pero nunca dejé de mirar (esa cosa medio morbosa y masoquista que uno tiene a veces). Y porque soy valiente, y porque tengo tres cicatrices, pude permitir que me destrozara el dedo gordo de mi preciado pie izquierdo en la inteligencia de que si me banco que lo manipule como un joystick durante un tiempo y la dejo que me pinche con sus agujas de acupuntura, va a lograr arreglarme el pie sin tener que operármelo (a contrario sensu de lo que dijo el traumatólogo ese que era IGUAL a Guillermo de Holanda, que me atendía y yo pensaba ‘no podés ser TAN TAN igual, no podés-no podés, qué cosa, no se puede creer, che’).

Yo me presto sin pudor a esas cosas. A las flores de Bach, a las de California, al té de kombucha, a la digitopuntura, a que me tiren del cuerito, a tomar Wunderbalsam, a que me limpien el aura, a comprar productos desconocidos con etiquetas lindas en el Barrio Chino para embarcarme en la aventura de ver a qué saben, a comer chapulines con limón y sal. A comprobar empíricamente si algo está vencido. A visitar a la mujer que muele a martillazos mis articulaciones para arreglar mi pie izquierdo. Y me clava agujas.

Después me dijo que me comprara un martillo como el de ella en el Barrio Chino, y que me martillara el pie mientras miraba tele (sic), para no perder continuidad en el tratamiento.

Mientras miro Animal Planet, me imaginaba yo.

Además de haber varios sahumerios prendidos, había un ba guá colgando de la puerta, un ying yang en otra, un espejo, y un pincher muy chic con un collar con piedras violetas colgando. La secretaria se llama Norma y tenía puestas unas medias de descanso (por supuesto).

Comprar acrílicos fosforescentes para terminar de pintar el ojo de buey que me regaló Rocco á lo Orwell (los acrílicos fosforescentes: existen? dónde los venden? a qué saben?). Empacar. Tomarme un té de algún yuyo para ver si logro bajar la medialuna con dulce de leche que me quedó a mitad de camino en el tubo digestivo, entre el estómago y la garganta, y que me está dando dolor de cabeza y náuseas. Anotar en algún lado eso que leí que me hizo, hace, está haciendo y no ha de cesar hacerme reír (jamás), depilarme, encontrar qué ponerme para un casamiento en la playa (qué se pone la gente para un casamiento en la playa?), barnizarme las uñas con esmalte living red, real red, red hot, just right red: colorado, en cualquiera de sus presentaciones. Hacer algo con mi dolor de cabeza. Tirarle cosas a alguien para sanar mi dolor de cabeza.

Dormir.

Eso, dormir.

Y tirarle cosas a alguien (eso me resulta terapéutico).

O cortarle el pelo a alguien (también me resulta terapéutico).

Y que me den besos. Absolutamente terapéutico.

2 comentarios:

luna ocre dijo...

Si la china no te arregla el pie, podes probar poniendo el pie en la calzada y que te pase un colectivo de la linea 60, bien llenito de gente, por arriba...mejor si es la flota completa.
Que se yo ...digo...total...con probar..no???

Anónimo dijo...

wunderbalsam te cura todo!!!