jueves, marzo 13

Exégesis



Tener tanto tiempo para mi y no poder salir de casa son dos circunstancias que sumadas me han llevado por caminos inimaginables (e intransitables en otros momentos de mi vida) tales como ponerme a ordenar los libros de mi biblioteca no por tamaño, no por tema, no por autor, sino por color, y a aplicar el mismo criterio a mis remeras. A pegar una tirita de mis zapatos rojos a lunares con la gotita (gel), a leer las instrucciones del lavarropas para maximizar su uso, a cocinar una marquise de chocolate porque teníamos visitas, y a autoconvencerme de que mis hematocritos están en proceso de multiplicación.

La gente dice que después de acontecimientos turning point, la reflexividad, la obsesión por el orden y la actitud de canto a la vida, te duran un mes como máximo, pero que después de eso volvés a ser la misma. La gente también te llama para preguntarte cómo estás y qué te pasó, y cuando les explicás cómo fue y les decribís tu anatomía se alegran de que todo haya pasado y de que estés bien, pero después te dicen “bueno, chau, nos vemos”. Y lo dicen con buena onda, pero en el fondo fondo-fondo saben que es mentira. En el fondo-fondo sólo buscan evitar tener que enfrentarse a la otra persona y decirle la verdad, decirle que “después de esto no voy a saber más de vos y vos no vas a saber más de mi”. Porque decirle al otro que se trata de una auténtica despedida (de las tristes y conscientes) generaría tensión, implicaría ser más cuidadoso con las palabras y exigiría que nos detuviéramos en detalles como (i) qué tenía puesto el otro, (ii) si había o no música de fondo y (iii) si hubo abrazo, qué perfume tenía puesto. Y a la inversa, la gente también dice “chau, nos vemos” para evitar enfrentarse con el “no nos vamos a ver nunca más en la vida”, después de la despedida (que vendría a ser una vez que colgaste el teléfono, o te dejó [lo dejaste] en tu [su] casa, o lo que sea). Y como en el fondo saben que se están engañando, hacen de cuenta como que la despedida no es para siempre, entonces esas palabras tan formales y tan absurdas "nos vemos" sólo sirven para que la despedida no duela, para que pase desapercibida, sin lesiones aparentes.

Lo más triste de las despedidas es el nunca más en la vida. Es el ser consciente de que ya no vas a saber de mi, ni yo voy a saber de vos, y que voy a borrar tu número y ya no te voy a escribir ni te voy a saludar para tu cumpleaños; y debe ser que uno se pone triste por eso, porque en el fondo uno se da cuenta de que esa persona o esa historia se (le) muere.

Por eso nos mentimos y decimos “nos vemos” cuando en realidad sabemos que eso no va a pasar, pero elegimos no enfrentar eso, elegimos no decirnos esas cosas porque es más fácil así. Entonces en vez de cerrar las etapas como corresponde, qué se yo, en vez de ser honestos y enfrentar a la muerte y a las despedidas y que en el fondo todo bien pero no te quiero tanto-tanto, ponemos cara de nada y hacemos de cuenta que en realidad no nos importa y no nos duele y después de cumplir nos vamos contentos, con la frente en alto, acá nadie dijo nada, porque esto fue un simple “nos vemos”, yo no me despido de nadie y no entiendo por qué te ponés así, por qué insistís con eso de ponerte triste si dije "nos vemos" y nada más.


No te me mueras


En mi (corta) vida, tuve muchas muchas despedidas. Algunas fueron despedidas de las de adeveras, de gente que quise mucho, y otras fueron despedidas transitorias, de gente que después volví a ver.

Una de las más tristes que me acuerdo fue la de mi abuela Carlota. Tuvimos dos despedidas: la primera fue cuando todavía me reconocía, y tenía puesto el anillo de plástico celeste que le regalé una vez. Estábamos sentadas las tres en un jardín, en unas sillas de plástico blanco. Y no me acuerdo bien de qué hablábamos, pero si me acuerdo de lo que estaba pensando en ese momento. Estaba pensando en el sweater con lana de todos colores con punto santa clara que me había tejido cuando era chica, estaba pensando en su pekinés, en su casa de Bulnes y Libertador y en los cuentos que le armaba con las figuritas repetidas de Frutillitas.

La segunda vez que nos despedimos, ella ya no me reconocía y estaba dormida. Ya no tenía puesto el anillo de plástico celeste, y había algunas hormigas caminando por el suero.

Después hubo otras despedidas de gente que todavía existe. Uno tiene esa sensación tan fea de que cuando uno se despide, de que cuando uno da el último abrazo y se da vuelta y se va caminando, ahí sí se le muere un poco esa persona. Y en el momento uno no se da cuenta de los detalles, uno en realidad está concentrado en las palabras. Y después uno se va, y cuando se da vuelta para ver si la otra persona sigue ahí y ve que no está, trata desesperadamente de retener algún detalle, de encontrar alguna cosa que después convierta la despedida en un recuerdo más real. Para que esa persona no se le muera (tanto).

Como qué corbata tenía puesta. Qué esquina era. Si estaba nublado, si llovía. Si cruzó la calle y volvió por la vereda de enfrente, o si volvió por donde vino.

5 comentarios:

luna ocre dijo...

Contactarse con el dolor no es algo que a los seres humanos nos guste.Pero sin contacto , estas muerto.

Buda de nieve dijo...

Mira vos, y a mi que me cuesta tanto reconocer la muerte de algunas relaciones, se me hizo un nudito en la garganta.

Anónimo dijo...

Hacía mucho que no pasaba por acá, ayer me metí y vi tus comentarios sobre tu operación... que te puedo decir, tu actitud hacia la misma sorprende... es excelente que lo tomes con tanta naturalidad...

Respecto al editorial del día, una nueva obra épica... y muy veraz por cierto

Caro dijo...

jjaj, bueno, muchas gracias por escribir.

Anónimo dijo...

Salió "nos vemos", qué otra cosa podía decir?


Qué corbata? No me acuerdo, pero seguro era una de las mejores del placard. Y gemelos.