domingo, diciembre 21

En el muelle: parte I

Nadar en la laguna. Rocco saliendo para vigilar los choris. Nadar en la laguna de espaldas, sincronizado, contra el viento, a favor. Hacer la planchita. Croll y pecho y croll. Y planchita. Y tomar sol, ponéle. Una sirenita.

De repente querer salir.

Intentarlo por todos los lados del muelle. Una vez, dos veces. Intentarlo en todas las posiciones posibles, el bikini amenazando con dejarme en bolas. Maldecir la fuerza que no tengo en los brazos. Maldecir no haber practicado suficientes lagartijas. Probar nuevas estrategias. Subir el pie al muelle, intentar hacer fuerza con la pierna para impulsar el resto del cuerpo y lograr treparme. Reincidir y sentirme una inadaptada fìsica, social, económica y antropomórfica. De nuevo con los brazos. Llegar a mitad de camino, los brazos temblando, de nuevo en el mismo lugar.

Buscar posibles socorrentes. Darme cuenta de que no hay nadie. Gritar infructuosamente.

Probar de nuevo todas las alternativas posibles con el muelle. Preguntarme por qué Rocco habría pensado que podía treparme sola al muelle para salir. Querer matar a Rocco.

Aceptar que de repente el borde con el barro, el verdín, las plantitas, las piedras y las mosquitas no pueden ser tan malos. Que mis dedos pueden cumplir con la tarea.

Arrastrasme en el barro, patinarme, llenarme las uñas con tierra. Resbalar.

Lavarme en todas mis partes.

Entrar triunfante. Todo en su lugar. Dónde está el chimi y dónde está el choripán.

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