jueves, octubre 2

Historias mínimas

Cuando terminó el Hombre Araña le pedí que me hiciera un dibujo canchero para pegar en el espejo de mi cuarto, y me dibujó un Transformer. Le dije que si quería pintarlo le prestaba mis acuarelas y dijo que sí. Pusimos unos diarios en el piso, llenamos el vaso de los cepillos de dientes con agua, y desplegamos. Después le presté un crayón negro para que le marcara bien los bordes. Nos tiramos en el piso. Terminamos el alfajor y juntamos las migas con el dedo. Cuando acabó su obra, arrancó el dibujo del cuaderno Rivadavia tapa dura hojas lisas que le regalé, me dijo 'ya podés colgarlo' y me dio a entender que era mi turno. Obvio que el suyo estaba mucho mejor y se parecía a un Transformer posta. El mío era una burda imitación. Es que ya no me acuerdo mucho del tema ese de las galaxias.

J: Ahora dibujemos a Ben 10.
C: Y ese quién es?

[Más tarde lo googleé y me pareció que estaba bien. Es onda animé, y Joaquín lo tiene en sus zapatillas. Parece que es furor].

Después hablamos sobre temas trascendentes, me contó sobre Mora y me pidió que le enhebrara las mostacillas en un elástico para hacerle una pulsera. Por la extensión del elástico y la cantidad de bolitas, Mora todavía no sabe atarse los cordones. Calculé que con dos vueltas podía usar la pulsera como anillo.

A los 4 años Joaquín habla con tanta naturalidad sobre la vida y sus menesteres que siento cosas en la panza. Mientras amasa la plastilina, mientras dibuja, mientras ordenamos su cartuchera. Joaquín está enamorado y me cuenta con lujo de detalles cómo es ella, cuáles son las galletitas que le gustan, a qué huele.

Y después me pregunta qué hacer.

Invitála a andar en patineta y abrazála cuando se esté a punto de caer. Después me contás.

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