Dejé de ningunear; ahora voy armando atados. Les pongo nombre, los ordeno por color, los acomodo en algún estante de la biblioteca para mirarlos desde mi cama. Mi cama es ancha y mullida, y mis sábanas preferidas son unas rayadas, con líneas verdes finitas. Siempre duermo del mismo lado, del derecho, en posición fetal. A veces boca abajo. Y semitapada. Ahora que hace calor, siempre un pie asomando afuera. Y después me doy vuelta, y de nuevo boca abajo, con los brazos por abajo de la almohada. No ronco. A veces hablo, sí. Pero roncar no. Si estoy muy muy muy dormida, profundamente dormida y boca abajo, babeo. Algunas personas se impresionan con eso.
A D le parecía lindo y me dejaba. En realidad, D era muy permisivo conmigo y me malcriaba en todas las acepciones del verbo malcriar; me escondía chocolates en la guantera del auto, me dejaba notitas por todos lados, con explicaciones, dibujos, propuestas indecentes; me inventaba apodos bonitos, me cantaba ‘Mi Caramelo’ al oído, me dejaba manejar su auto, guardaba todas mis pinturas y dibujos. Cuando me quedaba dormida y empezaba a babearlo, no me decía nada.
Se quedaba quieto, me acomodaba el pelo, y cuando me despertaba me decía ‘te faltó acá’.
viernes, diciembre 14
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