Aujourd'hui je me suis éveillé avec les cheveux africain. No te jodo, posta. Todo porque ayer se me ocurrió irme a dormir con el pelo mojado. Porque me gusta el pelo mojado, mi pelo mojado. Irme a dormir con las gotitas que se van escurriendo, que se deslizan por los hombros, por la espalda, y el pelo huele tan bien así. Además hacía calor, entonces apoyé la cabeza en la almohada, los pies en otra, destapada, con la ventana abierta y con el vientito entrando por el mosquitero, las casuarinas haciendo swshhhhh mientras retomaba el libro que me prestó Rocco hace tanto tiempo. Y así fui descubriendo, por ejemplo, que los egipcios pintaban los objetos de acuerdo a los puntos de vista que resultaban más significativos, y por eso representaban a la gente de perfil pero con los ojos mirando hacia el espectador, o tratándose de una plaza vista desde arriba, los árboles aparecen como si fueran vistos de frente. Nada de escorzos, ni vistas plantares, ni nada.
Consecuencia inevitable esta mañana: rulos. Pero jodido. Más que rulos, amortiguadores. Y nadie que lea estas líneas lo entendería si tuviera el don del pelo lacio. Agravado por alevosía: la humedad. Y agravado también porque me levanté con exactamente 15 minutos para vestirme, acicalarme, desayunar.
Pero en realidad quería escribir sobre una conversación que transcurrió entre mi hermana y mi madre esta mañana, mientras untaba mi tostada de pan negro con queso philadelphia, y revolvía mi café con ¾ de leche. Intervine con dos o tres palabras, apoyando a diestra y siniestra, y corroborando una vez más cuan buena soy en el arte de la persuasión y defendimiento del punto de vista que se me ocurra defender. Y durante la conversación me divertí oscilando entre la maternidad y la filiación, arguyendo todo tipo de argumentos, señalando flaquezas y virtudes.
Después las dejé que se mataran.
Porque no hay que meterse en las discusiones entre madre e hija.
viernes, noviembre 30
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