En su haber: una sonrisa como tímida. Como no queriendo reírse, pero sí. Se lleva las manos a la cabeza, me pincha con un palillo de mondar finamente envuelto y después arremete con el tenedor. Vuelve a nuestro ice-cream soda sabor vainilla, bucea las cerezas confitadas y celebra el sifón, que es de estreno. Le echa un poco más de agua con gas. Busca con la pajita el equilibrio de Nash y me convida. Es acá, justo acá. Y sonríe, de nuevo. Y se vuelve a tildar, mirando por la ventana.
Pudo haber sido eso, pero creo que sus pestañas de llama fueron mucho antes. Aunque también pudo haber sido su barba. Y sus teorías vanguardistas, sus cuentos varieté, su conclusiones osadas. Su pose medio samurai. Su patineta. Su remera de Nirvana (definitivamente, sí).
Sus explicaciones minuciosas sobre el movimiento de los mercados (todas las veces que yo quiera ). Su trajín de yuppie neoliberal. Su inteligencia intuitiva. Comedido y racional.
Su personalidad (tan) ambivalente.
Su idea de ir en subte. Su compañía. Su plática. Su brazo cruzándome la espalda. Su mano justo acá.
Su asimetría. Su cicatriz en el dedo anular. En el párpado.
Libre. Estoico.
Que no negocie el cine francés. Que prefiera los cines del centro y que esa parte también le haya parecida bizarra, sin tener que explicar. Esa cosa no sé qué. Y de nuevo, no tener que explicar. Todo el tiempo. Las cosas.
Que guarde té en hebras saborizado con bergamota en la alacena de su casa. Que tenga un imán de roedor en su refri.
Su música aristogrunge. Sus gafas de teniente Dan. Su estilo panzer.
Su cactus (a prueba de él).
Coda: cuando me abraza, me da un beso y nos quedamos así, quietos. Y no sé, mimos en el pelo. Sobre todo, eso.
miércoles, octubre 15
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2 comentarios:
Claro que sí! Hace unos meses me andaba despertando con Ese asunto de la ventana.
Lisandro es una masita.
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