Volver de Tribunales escuchando música bien fuerte es terapéutico. Es maravilloso, es bello, te dan ganas de pisar siguiendo el ritmo de Vertigo, de comprarte margaritas para tu escritorio y de abrazar al Señor De Los Abrazos Gratis.
Y mientras tanto vas mirando a la gente, a la señora con el carrito lleno de orquídeas, a los abogadillos con sus trajes impecables, sus zapatos lustrados, sus apellidos ilustres, sos cortes prolijos y sus carpetas llenas de escritos. Un par de turistas enmochilados desplegando mapas, gente que sube y que baja de los taxis. Gente apurada. Gente contenta, gente triste, gente a secas.
Te dan ganas de sentarte a mirar.
Hoy, por ejemplo, era un día para ir a mirar gente al aeropuerto. Hoy estaba in that kind of mood. De sentarme en un banquito, pelar un Snickers, y sentarme con mi cuaderno a mirar a la gente ir y venir por esos pasillos largos con valijas, con bolsas, con paquetes, preguntándome de dónde vienen y a dónde van. Qué están buscando. A quién esperan.
Se van porque se cansaron de esperar?
Azafatas que van y que vienen con sus tacos (clac-clac-clac), sus uniformes impecables, sus pañuelos almidonados y sus próximas 24/48hs. metidas en esas valijitas dedalescas.
En los aeropuertos siempre hay *algo* especial. Es la combinación de colores, adrenalina, perfume, nervios, chocolate, espera. Expectativa. Alegría (o tristeza).
Uno nunca sabe qué le espera.
Y uno nunca vuelve igual.