Ayer fue como la primera vez que visité alguna ciudad que me pareció la más linda de todas. Escuchaba Me hice cargo de tu luz y pensaba no puede ser tan perfecta, no puede ser que me haya levantado tantas mañanas y me haya ido a dormir tantas otras veces sin saber que existía esta canción. O su adyacente (en menos grado, pero igual también). Y no es porque estén juntas; no. Las hubiera elegido entre miles aunque fueran hijas de distintos padres.
Cuando descubro algo así tengo una sensanción de cosa sobrenatural sólo comparable a otros hechos igual de reveladores, que por supuesto sólo tienen sentido para mi.
Como haber descubierto que la foto que vi el otro día en 7/11 que estaba colgada atrás mío en una esquina (la que más me gusto de entre todas las que colgaban) era también de Elliot Erwitt. El descubrimiento se produjo el miércoles al mediodía, mientras hojeaba unos libros de fotografía. La foto estaba a la vuelta de una de una clase de ballet.
Es como si de repente uno tuviera esas complicidades con la vida, reducidas de repente a esos segundos-instante en el que se produce la revelación, imposible no sonreír para adentro y pensar ya sé de qué me estás hablando.
domingo, septiembre 21
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