Se subió al tren en Rivadavia y hasta que llegamos a La Lucila no dejó de bombardearla con preguntas. Yo estaba tentada de pedirle a su mamá que me dejara contestarle un rato, pero obvio que no dije nada. Me conformé escuchando la conversación que iba desde la heladera de Denisse, su amiga de jardín de infantes, que en la parte de arriba hace hielo; la figurita del señor sentado en una silla, pegada en la pared del vagón; por qué está sentado; qué significa discapacitado; por qué los discapacitados pueden sentarse ahí; papá me dijo que el tren va por la calle, pero este no, *por qué no*; por qué el tren pasa por adentro de un túnel, mamá; por qué están prendidos los faroles; por qué es de noche; adónde se va el sol cuando es de noche; te gusta el piso del tren; por qué no te gusta el piso del tren; qué piso te gusta a vos, mamá; no, no me acuerdo del piso de la casa de la abuela, cómo es el piso de la casa de la abuela, mamá?; y finalmente (con este se hizo acreedor de toda mi simpatía): Mamá, no podemos hablar si vos no me contestas las preguntas, y no me gusta que me hagas ESO (que le saque la tierra de las uñas).
Y mientras le decía "ESO", miraba cómo su mamá se las escarbaba.
martes, mayo 27
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