Se entiende triste. Me duele la panza, la cabeza, las ampollas que me sacaron los zapatos verdes cuando tuve que acompañar ayer a Jota a Swiss Medical en Microcentro, y yo y mis zapatos verdes tuvimos que caminar las 17 cuadras que nos separan de ahí.

Se entiende triste. Y de camino comimos comida Tai, y mientras masticaba los vegetales rebozados y los remojaba en salsa de soja agarrándolos con los palitos me pregunté un par de veces si había hecho bien en escribir eso de corrido sin releer, sin fijarme si decía lo que quería decir. Y dejé el plato a medio terminar, y no quise probar el helado de kiwi, ni quise café. Y estábamos sentados en una mesita sobre la calle, que es empedrada, en Tres Sargentos.

Se entiende triste. Por qué no me adivinaste? Si yo lo hago todo el tiempo, adivinar a la gente. Siempre traté de adivinarte, de entenderte. Me puse tus zapatos, te regalé un libro que tenía mis subrayados, mis anotaciones. Y cuando no pensabas que ibas a volver, saqué pasajes para ir a verte. Tampoco te diste cuenta de eso, no?

Se entiende triste. Pero yo no vivo lejos. Nunca estuve lejos.

Se entiende triste porque viniste un día y me dijiste cosas muy lindas, y me abrazaste, y me dijiste que no estuviera triste. Como si esas cosas no se sintieran. Vos no lo sentiste?

Todo eso. Todo eso ahora se siente triste.