Estamos en abril, y se supone que los pelos deberían crecer a menor ritmo. Pero no... a > calor, > humedad = > crecimiento. Es una regla de tres simple. Como el maní con la cerveza, como Batman y Robin, como las tostadas con queso finlandia... y finalmente, como el clima de los viveros, que favorece el crecimiento de las plantas que en él habitan (¿?), el efecto invernadero favorece el crecimiento de los pelos, o mejor dicho, del vello (odio esa palabra). Es como si brotaran por generación espontánea.
Allí donde había uno, nacen tres, o cuatro, o cinco... Crecen todos los pelos del cuerpo, menos los de la cabeza (cabello -otra palabra que detesto-). Que no sólo no crecen, sino que se caen (porque es la época de la berenjena,
mater dixit).
Entonces, no nos queda más remedio que pasar por la depiladora con mayor frecuencia. A menos que estemos dispuestas a convivir con ellos, con todo lo que implica, como:
- Viajar en tren agarrada del respaldo de un asiento, pero jamás de los jamaces, del caño que atraviesa el techo (por razones obvias).
- Si ese día optamos por una musculosa, no queda más remedio que mantener los brazos adheridos al cuerpo.
- Saludar por lo bajo.
- Escribir en el teclado bien erguidas (y con las manos mantenidas por lo bajo).
- Rascarse la cabeza con una regla, manteniedo, claro está, los brazos BIEN por lo bajo.
- bostezar, contener un estornudo, y TODO lo que implique elevar los brazos BIEN POR LO BAJO.
- La otra opción es ponernos un sweater y no sacárnoslo durante todo el día. Si Rexona suele abandonarnos, esta opción no es la más feliz.
Lo importante es que tomemos conciencia de que NADIE tiene la culpa de que nuestros pelos crezcan de esa manera, por lo tanto hay que ser consideradas y evitar que los demás padezcan nuestra vellositud.
Pero la verdad es que entre el laburo y las actividades extracurriculares, hay que ser malabarista para conjugar depilación con todas las demás obligaciones.
Y por eso, entre todas las cosas que tenía que hacer, estaba la de depilarme. Axilas, mediapierna, y bozo. Por mi bien, por el de mis compañeros de trabajo y por la Patria, amén.
Pero tuve la mala idea de hacerlo en el almuerzo del laburo.
13.00 hs., 30° de sensación térmica en microcentro.
Hola, qué tal. No, mi nombre NO es Carina, soy Carolina. Cómo que no estoy anotada, fijáte, deben haberse confundido. Llamé hace un rato largo... no, no sé quién me depilaba. Andrea?, sí, puede ser (no hay chance de que HOY no me saques todo esta vellositud de mi cuerpo). Paso por acá? Gracias (te quiero).
Andrea es una señora de unos cuarenta. Tiene una hija, y dos concubinatos en su haber. Ahora está separada, y cada tres palabras dice "mi negra". Así que soy "su negra", nomás.
Andrea tiene un manejo de la cera que jamás he visto en mi breve vida. Un poco caliente para mi gusto, pero con una consistencia que hace que se deslice casi imperceptiblemente. Y mientras tanto hablamos de la vida, de su hija Daiana, de mi ex novio, del desabastecimiento en los supermercados, de la epidemia de mosquitos, de Telerman, y por supuesto, del calor y la humedad. Y de cómo repercute en el crecimiento del vello tan bello.
Y entonces llega el momento más aborrecido de todos. Más que el cavado, me atrevería a decir... bueno, no, después del cavado. El bozo.
Andrea ya no tiene tan buen manejo de la cera, y no sólo me la unta en el bozo, sino también en el labio superior, y casi en los dientes. PARÁ ANDREA!!! qué me hacés!?!? y no le alcanza, sino que después de sacarme la cera, reincide. Una vez, dos veces... tres. Y para redondear me pasa un gel humectante.
Pero Andrea es inimputable, porque está separada y tiene una hija. Y su última pareja se murió hace casi un año, a causa del mal de chagas.
Andrea: te perdono.
A esta altura del partido, ya me imagino como se vería mi bozo. Exuberante y brilloso. Y me imagino la gente en la calle, riéndose, señalándome y diciendo por lo bajo "esta viene del bikini wax, me pregunto si también se habrá hecho tiro de cola".
Así que cuando salí de ahí, y me vi en el espejo de la entrada, efectivamente me di vergüenza, así que improvisé una sonrisa forzada con el labio inferior levemente cubriendo el superior (todo esto disimulaba un poco la mancha colorada que tenía en el bozo -qué feo que suena esta palabra-) y mirando para abajo me fui derecho al laburo, sin levantar cabeza. Y cuando llegué saludé discretamente al Señor Que Me Saluda Todas Las Mañanas Y No Es El De Bigote, a Laurita, a Lorena, me escurrí por la escalera, subí al primero, entré a la cocina, saqué una botella de agua de la heladera, me fui hasta mi escritorio, y me enfrié el bozo hasta que la hinchazón dejó de ser perceptible.
Moraleja: si te vas a depilar el bozo, no lo hagas durante el almuerzo del laburo.